
Una tarde de otoño, para sorpresa de todos, un antiguo y seco papiro, con un gran hueco central -ideal para esconder cosas y tesoros- empezó a humear cada vez con más intensidad. Alguien había usado el hueco como un irrespetuoso cenicero, indigno de la solemnidad del viejo y solidario árbol. Pitando detrás de su protección compinche, probablemente asustado por la cercanía de algún maestro, apagó mal la colilla. El casero, Foco de apellido, trató de apagar el tronco pero no pudo. Así que terminaron llamando a los bomberos, que fácilmente lo lograron. No tenían un carro tan lindo como el de la foto, es cierto. Es que con un carro como ese, se justifica la tradicional ilusión de los niños que quieren ser bomberos.
En fin, ya ven que no tengo iniciales para poner. Aunque en aquel momento tuve mis sospechas, pero ya no me acuerdo. ¡Para que necesidad! diría mi abuela. Eran épocas divertidas y recuerdo alguna película de mi juventud en la que sucedían episodios similares, por ejemplo "Donde hay diablillos hay diabluras". (Si alguien la rescata, le ruego me lo comunique)
Aprovecho también para recomendarles la lectura de tres libros de Marcel Pagnol , "La gloria de mi padre", "El castillo de mi madre" y "El tiempo de los secretos", una trilogía llamada "Souvenirs d´enfance". Es de una gran frescura, optimismo y ternura y está llena de valores intemporales. Lo disfrutarán grandes y chicos. Y más si hacen el esfuerzo de leerlo en el original francés.
Para los casados y quienes estén por casarse, no se pierdan el relato de la abuela y el abuelo a propósito de la estadía de éste en su juventud en Paris aprendiendo el tallado en piedra. Vale más por si sola que todos los textos actuales sobre si los hombres son de Marte y las mujeres de Venus o de si las mujeres saben o no leer mapas.
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